Un regalo

Escribe: Patricio Diego Vargas Los regalos, me refiero a cuando son objetos de algún tipo factor -porque regalar se puede regalar también, como dice Pity Alvarez, «cosas que no se tocan»- a veces son un simple representante de un ligero compromiso, otras de una obligación, a veces de una compensación, otras de un protocolo, muchas veces vienen del «aprovecho» a resolver una necesidad. Otras intentan ser signos de gestos de amor espontáneos, de una sorpresa genuina, de impresionar al homenajeado, de querer verlo feliz. A veces el objeto se da tratando de que muestre que el gasto importa, otra se lo oculta bajo palabras de merecimientos : «no digas nada, te lo mereces, punto».


Pero a veces, misteriosamente, en los mundos íntimos, en las relaciones de amor, los regalos-objetos pueden ser automáticamente el reverso de lo querían ser. Ella lo había pedido en varias ocasiones, él pensaba y decía, ya voy a encontrar el momento. Ella lo esperaba en ese tiempo indefinido, un poco resignada; él se hace esperar sin saber/sabiendo que así sube más la expectativa. Cae el momento y el parte a hacer la compra sintiendo que cumple y ama, esa combinación «bien varonil». Entrega la «sorpresa» con la idea de que todo encaja: la expectativa, el amor y el gusto. Ella lo recibe con alegría, lo abre, era lo que esperaba, pero no era lo que esperaba. Hace todo el esfuerzo para que lo sea, se nota. No puede. Lo dice. Primero tímidamente, para que no se desarme el momento, luego con firmeza, cuando el explica y no se entiende.

El automatismo se puso en marcha. Ese regalo que debía ser el responsable de la pequeña fusión, se volvió un tabique separador. Al revés, un varón hubiera cerrado la situación sin decir nada, agradeciendo cobarde aunque disgustado. En cambio, una mujer, no la histeria, lo dice y punto. Esta bien, puede haber maneras. En el punto culmine del desencuentro abierto por el objeto, ya despojado de todos los atributos extras que traía a cuestas, se puede escuchar sin ningún vuelo poético : » …al final no me conocés, no te importa lo que quiero…» de un lado, del otro, «…es la última vez, no hay poronga que te venga bien…». Una distancia, dos mundos inaccesibles, un intento, un objeto suelto por ahí.
Capaz la próxima vez funcione. Si, no? Bueno, vale la intención. Y si. Pero yo quise. Claro, claro. Y si lo cambio? No, deja, voy yo, así busco bien. Bueno.
Tranquilos, al final hubo exorcismo.

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