Sprint final

Escribe: Patricio Diego Vargas Hoy conversábamos con Andrés, compañero de lecturas, sobre un punto central de nuestra profesión : todo lo que sucede alrededor de la imagen que el analista pone en juego con sus pacientes. Imagen, dichos de su vida, pensamietos, ideología, etc. Si poner entre paréntesis el ser -definición de la jerga- para trabajar es posible, si es un ideal, si se filtra algo igual. Si armar una intervención (calculada) con un referencia propia rompe ese ideal o no. Si a un paciente conocer algo de nosotros lo puede condicionar. Finalmente lo imposible como todo ideal.

Por eso, por intentar cumplirlo, surgen muchas respuestas neuróticas por partes de los analistas mismos. No saludar a los pacientes, incomodarnos si nos encuentran en otros lugares haciendo cosas comunes, si nos ven en un asado, en una fiesta. Como si ocultarnos nos salvara de lo que el otro ve. Como si con eso pudiéramos manejar lo que el otro ve. Respuesta neurótica si las hay. Imposible. Como si el objeto que vamos a encarnar para el otro pudiera manejarse con la voluntad de los actos. Lo más gracioso que me pasó con un paciente fue encontrarlo en la largada de un triatlón.
El como deportista tiene condiciones y yo soy un esforzado con ganas. Fue en una carrera zonal, de no muchos competidores, todos podíamos distinguirnos para saber a quién correr y a quien no.


La natación fue en la laguna. Tenía poca agua ese día. Yo nadaba como siempre, con dificultad, pero defendiéndome. En la respiración lateral a veces se ve al de al lado y eso te hace apurar. A el, que es alto, lo vi correr en el agua. Algunos lo hacen cuando esta baja. Llegamos a la bici. Eran 20 kilómetros por tierra. No era mucha distancia por eso se hace a tope. Se rueda a todo lo que da. Los pulsos suben y el corazón bombea a toda máquina. Había arenal ese día. Camino pesado. Las patas se ponen duras y se inflan. Si si, todo suena sexual, pero bueno es así. El es bueno en bici y yo, si tengo un buen día, puedo cumplir buenas carreras en la tierra. Llegamos juntos a bajarnos a la parte a pie. Nos esperaban siete kilómetros por tierra. El saco 300 metros de ventaja y yo ahí, corriendo de atrás. Estrictamente el no era mi paciente y yo no era su analista. Eramos dos queriendo el mismo puesto. El segundo, porque el primero estaba lejos. Llegue a estar a 10 metros aproximadamente. El miraba para atrás y corría y yo bajaba la cabeza y apretaba los dientes apurándome. Doblamos en la esquina y ahí nomas estaba la meta. Sprint final de 100 metros. Se corre poniendo todo cuando ya no tenes nada. Se siente un mareo a veces y que el cuerpo se te desarma un poco. La gente capaz de afuera no ve un buen espectáculo. Uno no es un corredor técnico y espigado. De adentro uno se siente un «deportista total».
No lo pude pasar. Cruzamos la línea con lo justo. Yo al borde del vómito, sin aire. Cuando frenas te llenas de sensaciones raras, el cuerpo castigado busca rearmarse. A él lo vi tirado, buscando oxígeno. Las endorfinas se las sienten más tarde.
Nos reímos, como pasa con cualquiera con quien se define una carrera así, nos felicitamos, nos dimos un abrazo. Yo no me podía quedar a la premiación. Prometió llevarme la medalla al próximo encuentro y cumplió.


Ese día llegó y hablamos dos segundos de la carrera. Pero cuando comienza la sesión de verdad, se pasa a otra cosa. El volvió a ser un paciente hablando y yo un analista escuchando en ese entre-dos que establece la transferencia y que solo funciona en el mundo de las sesiones; en el dispositivo que sea, el formato es otra cosa.

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