Un binomio en bicicleta

Escribe: Patricio Diego Vargas / El cambio de la bici aurorita naranja por la bici cross verde con asiento de chopera fue un salto de tiempo en el tiempo de la vida. En la esquina de mi casa, en un barrio de pueblo, había una bicicletería de barrio de pueblo. Casa antigua, de ladrillo exterior sin revocar, sin vidriera, sin vestigio alguno de imagen de negocio. Íbamos mucho a inflar, comprar parches y a mirar las bicis que se vendían. La bici verde, con asiento de chopera, ruedas con tacos, con un amortiguador injertado que atravesaba el cuadro de caños cuadrados, apareció en mí casa como una sorpresa. No una sorpresa a medias, donde uno espera algo sin saber solo el cuando. Sino un verdadero regalo de mis viejos, que cayó justo en el agotamiento funcional de la aurorita y mi crecimiento.

Mí abuelo, que era un tipo de pocas palabras, grueso, grandote, activo, le gustaba los fines de semana, en esos momentos entre el fin de la siesta dominguera sagrada y el mate -con partido de fútbol con radio Karina, ruidosa, a todo volumen- salir al acceso de la ruta del pueblo con su bicicleta inglesa color bordó. Se ve que así le competía, silenciosamente, a la vejez que lo acechaba. La bici cross verde era signo de que podía ir con él; yo era más grande.
Hacía su deporte vestido con el atuendo de siempre : gorra de tela a cuadros, camisa escocesa abrigada, pullover, pantalones de grafa o jeans con el agregado de los broches en los ruedos para evitar enganches en la cadena engrasada. Si había viento frío, mí abuela le ponía papel de diario en el pecho, debajo de la camisa, para que no se enferme. Yo, obviamente, pedía lo mismo.

Él encaraba la ruta, erguido, cabeza un poco inclinada hacia adelante, pedaleando firme. Y yo atrás, armando con un pelotón inverosímil de dos, a rueda, sin saber que eso era ir a rueda, con un pedaleo más ligero, esforzado, haciendo lo mismo que él o siendo lo mismo que él. Para el caso, esto último, es indiferente.
Recuerdo un día ir hasta la rotonda juntos, ya fuera del acceso, sin que hubiera nadie en el camino. Las rotondas, lugares donde se puede salir, entrar, o en su defecto, girar como un loco.
Raro lo de ir solos, tan desierto no estaba el pueblo.

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