Sobrellevar el primer mes de nuestros hijos

En este artículo, te cuento mi experiencia para transitar lo mejor que se pueda el primer mes de nuestros hijos, una etapa clave para madres y padres primerizos.

El embarazo y el parto

Llega un momento del embarazo, digamos, rondando la semana 36, habiendo cursado con honores el curso de preparto, y cuando ya nos han convencido -por más escépticos que seamos- de que no hay nada más vivificante que parir un hijo por vía vaginal, por todo eso de la oxitocina, en que a como de lugar uno quiere que ese niño o niña salga de una vez de ese espacio seguro del que se ha apropiado.

Hay muchas razones para esto. Para las madres la más común es física. A ver, el cuerpo no da más, no puede estirarse más ni resistir más dos vidas en una. La floración dio paso al fruto y es hora de que este caiga del árbol. Sin embargo, en la mayor parte de los embarazos eso sucede, idealmente, entre la semana 38 y la semana 42 de gestación. Así que cuando las madres se retuercen en la bañera pidiendo piedad a un Dios en que el probablemente nunca han creído, el ruego suele ser desoído. El tiempo de la madre no coincide necesariamente con el del crio, y esto seguirá siendo así cuando berree fuera del útero. Pero, en términos no tan cínicos, cierto es que madres, padres, tíos, hermanos y abuelos suelen esperar con ansiedad ¡el día de conocer al bebé!

Cuando, finalmente se desencadena el alumbramiento, ya sea en un bello trabajo de parto, con dolor y sangre, pero también con amor, alegría y fuerza vital, ya sea en una cesárea que no por cirugía deja de ser un episodio cargado de endorfinas, amor y entrega (eso sí con un poco más de aroma a carne chamuscándose en la plancha, que el parto), empieza ese tan transitado momento en el que la vida de una pareja, persona o familia cambia para siempre e irrevocablemente.

Porque ahí está ese ser vivo distinto de uno que mira el mundo con desconcierto y al que habremos de armarle un mapa del territorio. Al que habrá que abrazar con fuerza para mostrarle que tiene un cuerpo y al que habrá que separar de los brazos de la madre para acepte que se han cortado los hilos que lo ataban a su proveedora de alimentos. Pero habrá que arrullar para que lidie con el desasosiego de ese inmensa amputación. Mientras la madre debe achicarle el espacio a la angustia que se expande como un mancha de humedad en la pared de una vieja casa, un otoño lluvioso. Pero sobre ellos mucho han escrito muchas especialistas en maternidad, que buena parte de las veces no hacen más que darle entidad a la mancha y acrecentarla.

Soportar el dolor

Los primeros días una madre ha de negar el dolor y poner el cuerpo, darse una vez más, muchas, cada tres horas, cada vez que acerque su crio a la teta. Porque el deber pesa, porque la corrección política así lo indica, porque una madre que no amamanta no es una madre. Pero vamos, si bien hay quienes viven la lactancia como realización y satisfacción femenina, otras la asocian más bien a un acto animal y hasta parasitario. De modo que la única respuesta correcta es la más adecuada para cada quien. Si bien en la última década la lactancia ha sido entronada a lo más alto de la salud en los primeros meses de vida, hubo tiempos en los que se recurrió a la fórmula sin remordimientos. Así que cada madre es dueña de su cuerpo y su vida, y sólo a ella le cabe decidir sobre la lactancia.

Pero se decida o no dar de mamar la leche baja, las tetas duelen, arden, se endurecen como piedras y piden a gritos ser vaciadas y eso también hay que pasarlo.

Ni falta que hace mencionar que el poco dormir, y esa tremenda rueda en la que el bioritmo del crio marca el paso del tiempo. Ya no hay noche ni día, hay sólo ese espacio entre la alimentación, la limpieza, el llanto y el sueño.

Suele pasar que la primera semana el padre, o quien haya elegido asumir ese rol, está en casa y está encantado de colmar de besos, canciones y upas al recién llegado y de tanto que dedica al crío suele olvidarse de su pareja, que se siente, fea, gorda, estreñida, adolorida, despeinada, adormilada y hambrienta casi constantemente. Ojo, siempre se agradece una pareja que pueda hacer sin que se le pida. Que advierta que la madre tiene necesidad de un baño, de una caminata al aire libre, aunque sea corta, una comida sin interrupciones, un tiempo a solas. Y que no siempre puede pedirlo, a veces solo puedo gritarlo en un estallido de mocos y ferocidad.

Pero vale, los primeros días pasan rápido, el bebe duerme mucho y hay un desfile interminable de familia, amigos y agregados que pasan por la casa, traen comida, upan al crío, se encargan de la ropa, del paseo del perro, de los impuestos, la correspondencia, la limpieza y las compras de supermercado. El detalle es que, pasada esa primera semana de ebullición y generosidad de todo ese entorno que se siente comprometido con “el nacimiento del bebe”, cada uno vuelve a su rutina. Los parientes se van, los amigos no llaman para no molestar y el padre regresa al trabajo. Alguien tiene que hacerlo.

Y ahí se desata el mecanismo más aterrador de la maternidad. Ese espacio de soledad, silencio y miedo ante esa vida recién estrenada que busca el calor del cuerpo y mira con ojos inquisidores a su única interlocutora, su proveedora de bienestar y vida: la madre. Que está sola y aterrada, que no sabe ben como hacer para volver a ponerse de pie, que no encuentra en ningún manual, un instructivo para sobrevivir al día.

Es que no lo hay ni lo habrá.

Algunos tips para sobrellevar el primer mes de nuestros hijos

No pensar en el día como una unidad, sino avanzar paso a paso, en fragmentos.

Aferrarse al momento, el presente. El pasado ya no existe y en el futuro todo esto, crease o no, nos dará risa y hasta cierta nostalgia.

Tratar de entender al crío, comunicarse con él. No es verdad que la madre está sola, está con ese ser que salió de ella, que ahora tiene rostro, piernas, barriga, manitos y un universo tras la mirada. Hable con su hijo, cuéntele sus miedos, transmítale sus alegrías.

No tema al niño, el bebe es fuerte, no lo dañan sus manos al poner el pañal, ni la camiseta que tiene un cuello demasiado estrecho.

Obsérvelo, mire cada parte de su cuerpo, intente memorizarlas. Cerrar los ojos y seguir viendo cada pequeño trozo de su piel.

Comprenda que el llanto es su forma de decir algo, es su única afirmación vital. No se desespere cuando llore, dele espacio, comparta su dolor como lo haría con cualquier persona a la que ama.

Trate de conservar un espacio propio, dese gustos como remolonear en la cama al lado del crío, las cosas que deje de hacer no cambiarán en nada si las hace esperar un poco.

Descanse y duerma cuando el bebé duerma. Y si prefiere escriba, o escuche música o píntese las uñas, lo que sea que le de placer.

Llame a todos quienes sabe cercanos, pídales compañía, ayuda, conversación. La mayoría de ellos quieren estar cerca pero temen importunar.

Confíe en su pareja pero haga el ejercicio de pedirle lo que necesita, no espere que él lo haga. La mayor parte de las veces él no tiene idea de qué es lo que usted necesita o desea.

Cuando el pediatra de al fin la autorización salga a pasear con su crío, llévelo en tren, en subte, en cochecito, vayan de compras, salgan a tomar el sol, a respirar aire fresco. Eso le hará bien a usted y también a él, incluso lo ayudará a descansar.

Todo ese tiempo que parece extenderse como cable de teléfono será tan sólo un breve período de su vida y cuando haya pasado no querrá habérselo perdido.

Respire, otra vez, una vez más. Mírese, lo ha logrado.

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